domingo, 30 de noviembre de 2025

El error de bombardear Montecassino

La abadía de Montecassino, situada a unos 130 kilómetros de Roma, pertenece a la orden Benedictina desde el año 529 y sufrió uno de los bombardeos más inútiles de la Segunda Guerra Mundial.

Al final del verano de 1943, los aliados desembarcaron en el sur de Italia y fueron avanzando hacia el Norte para liberar Roma. Para detener el avance, los alemanes se atrincheraron en la llamada Línea Gustav de la que Cassino, el pueblo situado al pie de la abadía, formaba parte.

La zona estaba defendida por la 15ª División Panzergranadier y por fuerzas paracaidistas de la Luftwaffe (Fallschirmjäger). 

La idea era que fuerzas del V Ejército estadounidense pasara por los pasos de montaña atravesando por el valle del Liri y tomar la carretera nº 6 hasta roma. Pero las cosas se complicaron por un error estratégico.

Tras el fracaso del desembarco en Anzio, era imperativo buscar el modo de romper la Línea Gustav. Dominando la carretera N.º 6 se encontraba la abadía benedictina de Montecassino. Durante tres meses los aliados atacaron sin éxito. En su intento por conquistarla lucharon la 34ª División estadounidense, seguida de la 2ª División neozelandesa y la 4ª india. 

Tras los intentos fallidos de tomar el monte y en contra de la opinión del general Clark, jefe del V ejército, el mariscal Alexander ordenó que la abadía fuera bombardeada desde el aire.

El bombardeo destruyó gran parte de la abadía y mató a varios civiles que se habían refugiado en ella. No hubo bajas entre los alemanes, porque estos no se encontraban en ella.

El oficial al mando de la 1ª División Fallschirmjäger alemana no permitió que sus fuerzas utilizaran la abadía como recinto defensivo, pues este era muy religioso y miembro lego de la Orden de San Benito. Pero una vez esta fue bombardeada sí autorizó su uso y estableció importantes defensas entre la abadía y el pueblo.

Un mes después, las divisiones neozelandesa e india volvieron a realizar un asalto sin éxito. Las ruinas eran una excelente defensa para los paracaidistas alemanes. Ante la imposibilidad de tomar Montecassino, el mariscal Alexander ordenó detener los ataques para realizar un nuevo plan, al que llamó Diadema.

El plan consistía en que el 2º Cuerpo polaco asaltaría la abadía y el VIII Ejército, al que se sumaron indios, canadienses y sudafricanas, se tomarían Cassino para entrar en el valle del Liri. Mientras, desde Anzio avanzarían los estadounidenses. Además, habría una ofensiva aérea en la zona.

Los polacos fueron rechazados mientras el pueblo fue capturado, pero al oeste tropas francesas lograron cruzar los montes Aurunci que creían intransitables con lo que dominaban el valle del Liri. De este modo quedó abierta la Línea Gustav, con lo que el general Kesselring ordenó la retirada.

Finalmente, la batalla de Montecassino solo sirvió para que se perdieran muchos hombres y un tiempo precioso para llegar a Roma y de ahí invadir el sur de Francia. Muchos se han preguntado si fue realmente necesaria la campaña de Italia.

Para saber más:
Días de Infamia: Grandes errores militares del siglo XX, de Michael Coffey
La Batalla de Montecassino - La última gran resistencia del ejército alemán en Italia, de David Odalric
Historia Sin Pretensiones
Eurasia 1945
La Segunda Guerra Mundial

domingo, 16 de noviembre de 2025

Las espías tejedoras

En plena Gran Guerra, una anciana belga tejía junto a su ventana. Al pasar un tren, bordó una puntada irregular con sus dos agujas de punto. Cuando pasó otro se saltó unos puntos, con lo que dejó intencionalmente un agujero. Más tarde, arriesgaría su vida entregándole la tela a un miembro de la resistencia belga que trabajaba para derrotar a las fuerzas de ocupación alemanas.

Las espías tejedoras
Historias similares a esta, se repitieron tambien durante la Segunda Guerra Mundial por todos los territorios ocupados. Donde había tejedoras, a menudo había espías. Un par de ojos observando entre cruces y cruces de agujas de punto. 

Cuando las tejedoras utilizaban el tejido para codificar mensajes, se realizaba mediante la esteganografía, una forma de ocultar un mensaje físicamente, como, por ejemplo, ocultar el código morse en algún lugar de una postal o una carta. Para mensajes relativamente sencillos, tejer es ideal para ello. Cada prenda tejida se compone de diferentes combinaciones de solo dos puntos: un punto del derecho y uno del revés, que al hacer una combinación específica de derechos y revés en un patrón predeterminado, los espías podían pasar una pieza, ante quienes los podían vigilar, y leer el mensaje secreto, escondido en una inocente bufanda o un acogedor jersey. 

Las espías tejedoras
La mayor parte de estos códigos usados por la resistencia o los espías en territorio enemigo aparecían en el libro de 1942 Una guía de códigos y señales. Estos mensajes tambien se ocultaban en telas bordadas o haciendo nudos a ciertos intervalos en los hilos, que tras destejerse podían descodificarse.

Una de las espías que más usó este sistema durante la Segunda Guerra Mundial fue la agente británica Phyllis Latour Doyle, que actuó de enlace en Normandía. Phyllis, que solía llevar vestidos o blusas bordadas, siempre llevaba consigo hilo de seda, sobre el que transmitía mensajes en morse a partir de nudos que hacía sobre los hilos, luego los cosía en una tela de seda con la que siempre se atada el cabello. Según contó, en una ocasión: "Una mujer soldado nos hizo quitarnos la ropa para ver si escondíamos algo. Miraba sospechosamente mi cabello, así que me solté el cabello y sacudí la cabeza. Eso pareció satisfacerla. Me recogí el pelo con el encaje. Fue un momento angustioso". 

Otra bordadora fue Elizabeth Bentley, una agente doble que trabajaba para Estados Unidos y la Unión Soviética. Ella tejió en un bolso, que siempre llevaba consigo, los planos de los primeros B-29 además de información sobre los avances aeronáuticos soviéticos.

Para saber más:
An Encyclopedia of American Women at War: From the Home Front to the Battlefields, de de Lisa Tendrich Frank

domingo, 2 de noviembre de 2025

La arena de Dunkerque

En un error, que bien pudo costarle la guerra, Hitler ordenó a las divisiones blindadas de primera línea detener su avance antes de llegar a Dunkerque. Existen explicaciones de por qué Hitler posibilitó que se llevara a cabo la evacuación de las tropas en Dunkerque, en lugar de lidiar con lo que podría haber sido una derrota aplastante para las fuerzas británicas, atrapadas en la estrecha línea de costa entre los blindados alemanes y el Canal de las Mancha. 

La arena de Dunkerque
Por un lado, es posible que Hitler permitiera que los británicos evacuaran a su fuerza expedicionaria como un gesto humanitario para atraer a Gran Bretaña a las conversaciones de paz ya que pensaba que los británicos eran un aliado natural. También estaba el cansancio acumulado por las tropas que no habían parado de luchar. Otra opción es, el deseo de dar el golpe final con la Luftwaffe.

Independientemente del motivo, Dunkerque se convirtió en el principal punto de evacuación a las Islas Británicas. Sin embargo, era un lugar poco conveniente debido a sus aguas insuficientemente profundas y la falta de un puerto operativo que sirviera para navíos grandes. Esta situación impidió que los buques de guerra británicos se acercaran lo suficiente a la costa para realizar un rescate a gran escala. Bajo un intenso fuego de la artillería y bombardeos de la Luftwaffe, entre los que se encontraban los bombarderos en picado Ju-87 Stuka, miles de soldados británicos, franceses y belgas hacían colas en la playa. Mientras, varias divisiones francesas ofrecían resistencia en los ochenta kilómetros del frente.

Dunkerque
El curso de una batalla puede ir de la derrota a la victoria por cosas aparentemente intrascendentes. En Dunkerque la arena de sus playas fue más importante de lo que a simple vista pueda parecer. El mariscal del aire Hermann Goering había prometido a Hitler aniquilar totalmente a las fuerzas enemigas que se habían concentrado en las playas. Sobre el papel, resultaba una operación muy sencilla. Sería como disparar en una caseta de feria. El mayor número de soldados se concentraban en un espacio relativamente estrecho de arena y un intenso bombardeo sería una auténtica carnicería. Pero en la práctica no fue así. Goering y sus mandos no habían tenido en cuenta las profundas arenas de las playas de Dunkerque y que las bombas que caían sobre ella terminaban hundidas antes de explotar. De este modo la onda expansiva y la metralla quedaban en parte amortiguadas por la arena, que se convirtió en una aliada de los ingleses. 

Dunkerque
Los ataques aéreos y artilleros alemanes llenaban la playa de feroces explosiones y los soldados comprobaban con sorpresa que en muchos casos no había que contabilizar ningún muerto ni herido. Si la playa hubiera sido más escarpada o con menos arena la promesa de Goering podía haberse cumplido con creces. Las bajas habrían sido cuantiosas y las operaciones de embarque, que ya fueron dificultosas, se habrían complicado aún más por la gran cantidad de heridos que tendrían que salvar. La ineficacia de los bombardeos llevó a que los temerosos soldados, que aguardaban el embarque, fueran perdiendo el miedo a las bombas (que no a los ametrallamientos) de los aviones de la Luftwaffe. Se protegían detrás de una duna o cualquier obstáculo y esperaban a que acabara el martilleo de las explosiones. 

Dunkerque
La aparición, en el cielo, de algunos cazas británicos también les sirvió para subir la moral. Como es evidente, es muy difícil saber hasta qué punto las arenas de las playas influyeron en el “Milagro de Dunkerque”, pero lo que si es cierto es que un montón de ingleses, franceses y belgas salvaron la vida gracias a ella. El esfuerzo heroico de la operación Dynamo llegó a superar las cifras más optimistas, consiguiendo rescatar a 340 .000 soldados aliados entre el 28 de mayo y el 6 de junio de 1940, muchos más de los 30.000 a 50.000 que Churchill esperaba salvar. 

A los soldados rescatados aún les quedaban cinco años más de guerra y muchos de ellos sufrieron serios efectos psicológicos, incluso algunos no consiguieron aguantar la presión de los constantes bombardeos y la incertidumbre ante la escasa posibilidad de poder volver a casa y se quitaron la vida en la playa.

Para saber más:
Episodios ocultos de la Segunda Guerra Mundial, de Juanjo Ortiz 
Las arenas de Dunkerque, de Richard Collier