lunes, 18 de junio de 2012

El Día D pudo haber sido en Galicia

“Siento confirmarle, doctor, que, en efecto, va a tener que marcharse. La Gestapo nos acecha constantemente, ya han muerto cuatro de nuestros agentes en España y no puedo permitir que usted sea la quinta víctima. Me notifican que están enterados de sus actividades en la vía de escape española, y ni siquiera en su finca gallega estamos seguros de poder mantener el anonimato. Nuestra máxima prioridad es que España no entre en guerra. Cualquier cuestión que lo entorpezca tendrá que evitarse”.
Eduardo Martínez Alonso
Le dijo el embajador británico, Samuel Hoare, en su despacho a Eduardo Martínez Alonso, un cirujano vigués que trabajaba en enero de 1942, para el Special Operations Executive (SOE) del espionaje británico. No era un agente cualquiera. Su “finca gallega”, situada en A Portela (Redondela), era en realidad pieza esencial en una de las redes de evasión de refugiados que atravesaban la ratonera de Franco de extremo a extremo, desde la frontera francesa hasta Portugal. A solo tres kilómetros, ría abajo, los alemanes tenían dos embarcaderos de wolframio. Rande era un auténtico nido de espías.

La guerra civil no se acabó en Galicia en 1939. Continuo en el régimen de Franco y la Segunda Guerra Mundial. Galicia se había convertido en un objetivo de gran importancia estratégica por su ubicación privilegiada para la vigilancia del tráfico marítimo, el aprovisionamiento de buques y el apoyo en combates navales y por su cercanía a la frontera portuguesa y, sobre todo, por la producción del wolframio. Tanto los aliados como el Eje tenían planes de invasión que podrían haber convertido la costa de Lugo y el norte de A Coruña en una nueva Normandía.

Fue, de hecho, el MI5 el que califico Galicia como una zona de guerra. Precisamente por la movilización masiva de tropas hacia el norte, con miles de soldados instalados en campamentos provisionales cerca de la costa y la reorganización de la resistencia clandestina, tras la salida de la cárcel de antiguos militantes capturados en 1936. Gran Bretaña no era ajena a estos movimientos en el noroeste de España y los aliados incluso habían previsto una fecha para la posible invasión: el 8 de octubre de 1943.

Samuel Hoare, solicitó una reunión de urgencia con Franco en el Pazo de Meirás, donde el dictador pasaba las vacaciones. En ella, Hoare le dijo a Franco que, o dejaba de ayudar a los alemanes en asuntos como el tráfico del wolframio, los espías, o el uso de los puertos por los navíos italianos y alemanes, podía enfrentarse a una invasión aliada. Finalmente, Franco aflojó en su ayuda al EJE, como los aliados pretendían.

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