domingo, 28 de diciembre de 2025

El misterioso suicidio de Göring

Acabado el proceso a los criminales nazis en Núremberg, los grandes jerarcas nazis han sido condenados a diversas penas, pero uno de ellos estaba especialmente tranquilo: Hermann Göring, como varios de sus camaradas, fue sentenciado a morir en la horca, aun así, caminó con serenidad hacia su celda. 

El misterio del suicidio de Göring
Presentó una apelación en la que pidió morir ante un pelotón de fusilamiento, como le corresponde a un soldado, en lugar de ser ahorcado como un criminal común, pero el tribunal negó la solicitud. Desde que se entregó a los aliados estuvo calmado y no perdió el buen humor. De vez en cuando, el guardia echaba un vistazo por la mirilla de la celda. Siempre lo veía tumbado en el camastro, leyendo. Daba la sensación de que la condena a muerte que ha oído en el tribunal no era para él, sin embargo, no todo fue calma en las horas siguientes. El médico encargado del cuidado de los prisioneros le ofreció un calmante para dormir, que Göring rechazó. Por la mañana apareció muerto. Se había envenenado con una cápsula de cianuro potásico que había ingerido.  

El misterio del suicidio de Göring
El misterio comenzó nada más intentar descubrir el modo en que había conseguido el mariscal nazi la cápsula de veneno. Su ropa, la celda, incluso cada rincón de su cuerpo, fueron registrados con gran minuciosidad al ingresar en prisión. Todo, absolutamente todo, fue examinado a conciencia y no encontraron nada sospechoso. Además se practicaba un registro a diario. Por eso surgieron dos preguntas fundamentales: ¿Cómo es posible que se hiciera con una cápsula de veneno?, ¿De dónde la sacó? Es un enigma que los servicios de inteligencia estadounidenses no fueron capaces de averiguar. Quien podía responder a esas preguntas ya estaba muerto. Había engañado al verdugo

Aparentemente parece inexplicable. Tras el suicidio de Heinrich Himmler con una cápsula que llevaba oculta en la dentadura, también se revisó la boca a Göring, milímetro a milímetro. Durante años no se supo nada sobre la "mágica aparición" de la  cápsula de cianuro, pero existieron sospechas de que no fue suficientemente bien registrado o que se la pasó alguno de sus carceleros. Al final, para no crear más problemas, la investigación fue archivada. Al fin y al cabo Göring iba a acabar muriendo de todos modos y no era cuestión de que se pusiera en entredicho la seguridad de la prisión. 

El misterio del suicidio de Göring
Fue, tras varios años, cuando pareció que se hizo la luz sobre el caso. Surgió la confesión del ex general de las SS, Erich von Bach-Zalewsky. Según contó, en la misma tarde en que se había dictado la sentencia de muerte se cruzó con Göring en el pasillo de la prisión. En ese momento le entregó una pastilla de jabón que escondía en su interior una cápsula de cianuro potásico. Era para el SS, pero como no fue condenado a muerte, optó por entregársela al antiguo mariscal del aire. 

Ese testimonio parece que dejó zanjado el asunto, pero aún hoy, se siguen manteniendo dos teorías sobre cómo Göring llego a hacerse con el veneno: en la primera se afirma que el teniente estadounidense Jack G. Wheelis, que servía como vigilante en los juicios de Núremberg, recuperó las cápsulas de su escondite entre las pertenencias confiscadas por el Ejército y se las entregó al prisionero a cambio de un reloj de oro y otros objetos de valor. La segunda teoría apareció en 2005, cuando Herbert Lee Stivers, que también fue guardia durante los juicios, dijo haberle dado a Göring una medicina oculta en el interior de una estilográfica que le había dado una mujer desconocida, pero que no tenía ni idea de qué había dentro. 

El misterio del suicidio de Göring
Cualquiera de las tres tres opciones es plausible y toda la investigación montada por los servicios de seguridad estadounidense no fue más que una cortina de humo, destinada a ocultar un fallo en la seguridad y en la profesionalidad o la ética de los guardias. 

En cualquiera de los casos la vigilancia no fue tan minuciosa como mantuvieron los estadounidenses. Además es imposible comprobar si es auténtica la historia de Erich von Bach-Zalewsky. El caso de los dos guardias no es mas que corrupción y difícilmente demostrable. La cuestión es que Göring se salió con la suya y consiguió lo que se proponía: no ser ajusticiado como un preso común. Asi se libró de una muerte en la horca, llevada a cabo por un verdugo torpe y chapucero, como el resto de los otros mandamases nazis.

Para saber más:
National Geographic
Wikipedia
Enciclopedia del Holocausto
El País
Warfare History Network
History Extra

domingo, 30 de noviembre de 2025

El error de bombardear Montecassino

La abadía de Montecassino, situada a unos 130 kilómetros de Roma, pertenece a la orden Benedictina desde el año 529 y sufrió uno de los bombardeos más inútiles de la Segunda Guerra Mundial.

Al final del verano de 1943, los aliados desembarcaron en el sur de Italia y fueron avanzando hacia el Norte para liberar Roma. Para detener el avance, los alemanes se atrincheraron en la llamada Línea Gustav de la que Cassino, el pueblo situado al pie de la abadía, formaba parte.

La zona estaba defendida por la 15ª División Panzergranadier y por fuerzas paracaidistas de la Luftwaffe (Fallschirmjäger). 

La idea era que fuerzas del V Ejército estadounidense pasara por los pasos de montaña atravesando por el valle del Liri y tomar la carretera nº 6 hasta roma. Pero las cosas se complicaron por un error estratégico.

Tras el fracaso del desembarco en Anzio, era imperativo buscar el modo de romper la Línea Gustav. Dominando la carretera N.º 6 se encontraba la abadía benedictina de Montecassino. Durante tres meses los aliados atacaron sin éxito. En su intento por conquistarla lucharon la 34ª División estadounidense, seguida de la 2ª División neozelandesa y la 4ª india. 

Tras los intentos fallidos de tomar el monte y en contra de la opinión del general Clark, jefe del V ejército, el mariscal Alexander ordenó que la abadía fuera bombardeada desde el aire.

El bombardeo destruyó gran parte de la abadía y mató a varios civiles que se habían refugiado en ella. No hubo bajas entre los alemanes, porque estos no se encontraban en ella.

El oficial al mando de la 1ª División Fallschirmjäger alemana no permitió que sus fuerzas utilizaran la abadía como recinto defensivo, pues este era muy religioso y miembro lego de la Orden de San Benito. Pero una vez esta fue bombardeada sí autorizó su uso y estableció importantes defensas entre la abadía y el pueblo.

Un mes después, las divisiones neozelandesa e india volvieron a realizar un asalto sin éxito. Las ruinas eran una excelente defensa para los paracaidistas alemanes. Ante la imposibilidad de tomar Montecassino, el mariscal Alexander ordenó detener los ataques para realizar un nuevo plan, al que llamó Diadema.

El plan consistía en que el 2º Cuerpo polaco asaltaría la abadía y el VIII Ejército, al que se sumaron indios, canadienses y sudafricanas, se tomarían Cassino para entrar en el valle del Liri. Mientras, desde Anzio avanzarían los estadounidenses. Además, habría una ofensiva aérea en la zona.

Los polacos fueron rechazados mientras el pueblo fue capturado, pero al oeste tropas francesas lograron cruzar los montes Aurunci que creían intransitables con lo que dominaban el valle del Liri. De este modo quedó abierta la Línea Gustav, con lo que el general Kesselring ordenó la retirada.

Finalmente, la batalla de Montecassino solo sirvió para que se perdieran muchos hombres y un tiempo precioso para llegar a Roma y de ahí invadir el sur de Francia. Muchos se han preguntado si fue realmente necesaria la campaña de Italia.

Para saber más:
Días de Infamia: Grandes errores militares del siglo XX, de Michael Coffey
La Batalla de Montecassino - La última gran resistencia del ejército alemán en Italia, de David Odalric
Historia Sin Pretensiones
Eurasia 1945
La Segunda Guerra Mundial

domingo, 16 de noviembre de 2025

Las espías tejedoras

En plena Gran Guerra, una anciana belga tejía junto a su ventana. Al pasar un tren, bordó una puntada irregular con sus dos agujas de punto. Cuando pasó otro se saltó unos puntos, con lo que dejó intencionalmente un agujero. Más tarde, arriesgaría su vida entregándole la tela a un miembro de la resistencia belga que trabajaba para derrotar a las fuerzas de ocupación alemanas.

Las espías tejedoras
Historias similares a esta, se repitieron tambien durante la Segunda Guerra Mundial por todos los territorios ocupados. Donde había tejedoras, a menudo había espías. Un par de ojos observando entre cruces y cruces de agujas de punto. 

Cuando las tejedoras utilizaban el tejido para codificar mensajes, se realizaba mediante la esteganografía, una forma de ocultar un mensaje físicamente, como, por ejemplo, ocultar el código morse en algún lugar de una postal o una carta. Para mensajes relativamente sencillos, tejer es ideal para ello. Cada prenda tejida se compone de diferentes combinaciones de solo dos puntos: un punto del derecho y uno del revés, que al hacer una combinación específica de derechos y revés en un patrón predeterminado, los espías podían pasar una pieza, ante quienes los podían vigilar, y leer el mensaje secreto, escondido en una inocente bufanda o un acogedor jersey. 

Las espías tejedoras
La mayor parte de estos códigos usados por la resistencia o los espías en territorio enemigo aparecían en el libro de 1942 Una guía de códigos y señales. Estos mensajes tambien se ocultaban en telas bordadas o haciendo nudos a ciertos intervalos en los hilos, que tras destejerse podían descodificarse.

Una de las espías que más usó este sistema durante la Segunda Guerra Mundial fue la agente británica Phyllis Latour Doyle, que actuó de enlace en Normandía. Phyllis, que solía llevar vestidos o blusas bordadas, siempre llevaba consigo hilo de seda, sobre el que transmitía mensajes en morse a partir de nudos que hacía sobre los hilos, luego los cosía en una tela de seda con la que siempre se atada el cabello. Según contó, en una ocasión: "Una mujer soldado nos hizo quitarnos la ropa para ver si escondíamos algo. Miraba sospechosamente mi cabello, así que me solté el cabello y sacudí la cabeza. Eso pareció satisfacerla. Me recogí el pelo con el encaje. Fue un momento angustioso". 

Otra bordadora fue Elizabeth Bentley, una agente doble que trabajaba para Estados Unidos y la Unión Soviética. Ella tejió en un bolso, que siempre llevaba consigo, los planos de los primeros B-29 además de información sobre los avances aeronáuticos soviéticos.

Para saber más:
An Encyclopedia of American Women at War: From the Home Front to the Battlefields, de de Lisa Tendrich Frank