
La propaganda de la Primera Guerra Mundial influencio al joven Hitler, que sirvió como soldado en el frente de batalla hasta 1918. Hitler estaba totalmente convencido de que Alemania había perdido la guerra como resultado de la propaganda enemiga. Hitler suponía que los vencedores de la Primera Guerra Mundial habían recorrido las calles con mensajes claros y simples que alentaban a sus propias fuerzas y debilitaban el deseo alemán de combatir. Hitler controló el poder de los símbolos, la oratoria y la imagen, y formuló eslóganes para su partido político que eran simples, concretos y conmovedores para llegar a las masas.
Entre 1933 y 1945, los propagandistas nazis describían a su Führer como la personificación viviente de la nación alemana, que irradiaba fuerza y una inquebrantable devoción por Alemania. Los anuncios públicos reforzaban el concepto de Hitler como el salvador de una nación alemana derrotada por los términos del Tratado de Versalles.
El culto a Adolf Hitler fue un fenómeno masivo fomentado deliberadamente. Tanto los propagandistas nazis como los artistas producían pinturas, letreros y bustos del Führer, que luego eran reproducidos en grandes cantidades para ser colocados en lugares públicos y en los hogares. La editorial del Partido Nazi imprimió millones de copias de Mein Kampf (la autobiografía política de Hitler) en ediciones especiales, incluyendo ediciones para recién casados, con lo que Hitler amasó una importante fortuna.
La propaganda nazi idolatraba a Hitler como un gran político que traería estabilidad, crearía puestos de trabajo y restauraría la grandeza de Alemania (representada principalmente en la construcción de grandes obras públicas). Bajo el régimen nazi los alemanes debían mostrar lealtad pública al “Führer” como saludar o despedirse al grito de “¡Heil Hitler!” con el brazo extendido en alto. No acatar religiosamente esta ideología significaba ser un traidor a Alemania y al Führer.
Para saber más:
Wikipedia 1
Wikipedia 2
USHMM
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